01 marzo 2010
ZP, el troyano del Islam
En un primer artículo comentaba la llamada "ideología de género" ("ZP y la ideología de género") donde me refería a las consecuencias que ello suponía para la familia y la Iglesia, quedando para una segunda parte el análisis y crítica de las contradicciones que tal doctrina contiene porque, para empezar, nuestros gobernantes ¿cómo pueden hacer compatibles las desigualdades entre hombre y mujer que establece el Islam con una ideología de género que pretende llevar la igualdad hasta límites extremos?
Sin embargo, ZP y los suyos son descaradamente favorecedores y defensores de un Islam cuya doctrina considera que la mujer es prácticamente una posesión del hombre, a la que se le puede incluso quitar la vida por un supuesto adulterio aún después de haber sido repudiada y divorciada o que la castiga por un embarazo causado por una violación.
Pues es eso estaba cuando llegó a mis manos el último libro del periodista Enrique de Diego, "Islam, visión crítica", donde justamente trata el tema y añade una nueva razón que aclara aún más la permanente campaña contra la Iglesia a la vez que destaca y describe las contradicciones mencionadas.
Les dejo con él, porque poco se puede añadir a tan lúcido texto que extraigo del citado libro.
«Muchas gentes se extrañan de la simpatía que los socialistas muestran hacia los musulmanes y hacia todo lo islámico. Mientras los socialistas de continuo perpetran ataques hacia la religión cristiana y las prácticas del cristianismo, exigiendo que sean reducidas al ámbito de lo privado, con la misma constancia promueven la expansión social del islamismo y fomentan, mediante donaciones de terrenos, la construcción de mezquitas o ceden locales públicos como sedes de asociaciones islamistas o están prontos a subvencionar cualquier manifestación islámica de apariencia cultural.
Esta curiosa sintonía fluye a pesar de evidentes contradicciones. Es notorio que los islamistas nunca corresponderán con cordialidad hacia quienes se proclaman agnósticos o ateos. Ni la más mínima piedad se establece para los tales en el texto canónico islámico. Los socialistas se muestran tan radicales en el feminismo –algún dirigente varón se ha definido como feminista- que han inventado lo que denominan ideología de género como uno de sus más constantes ejes de comunicación. Sin embargo, nadie como el islamismo proclama la inferioridad de la mujer respecto al varón, lo cual se manifiesta en costumbres como la venta de la novia, sin atender lo más mínimo a su libertad, o en el propio velo. De manera pasmosa, los socialistas no hacen la más mínima censura hacia esas vejaciones públicas. Mientras siempre tienen en la punta de la boca la acusación de machismo o combaten, hasta extremos delirantes, ese pecado genérico del sexismo, toda esta pasión desplegada se acaba en el rompeolas de las mezquitas, donde las mujeres han de ocupar lugares que ejemplifican su consideración ínfima.
No es la única extraña y patente contradicción de los socialistas, quienes llegan a pedir retribuciones compensatorias a los descendientes de los moriscos. Así, los socialistas han hecho del matrimonio homosexual uno de sus principales logros. Consideran como uno de los peores pecados laicos la homofobia, cualquier muestra de descrédito hacia quienes se sienten atraídos por el mismo sexo. Sin embargo, aunque, los homosexuales no son infrecuentes en las sociedades islámicas, la homosexualidad está penada en todas las naciones de mayoría islámica, y en varias con la muerte. Se producen habitualmente colgamientos de grúas de homosexuales en Irán. Ni la más mínima condena emiten los socialistas contra tales salvajes castigos. Es notorio que el llamado día del orgullo gay, tan generosamente subvencionado, no podría celebrarse en ninguna ciudad musulmana.
Estas toscas y abrumadoras contradicciones, exaltación del más absoluto absurdo, son sostenidas de manera tan constante como acrítica por los socialistas, a pesar de que cuando los islamistas han llegado al poder, por supuesto, una de sus primeras medidas ha sido liquidar físicamente a sus extraños mentores y aliados. Así sucedió en Irán. Socialistas y comunistas compartieron con Jomeini la lucha contra el Sha, pero cuando éste fue derrocado y declarada la república islámica, sus compañeros de viaje desparecieron de la escena. Como una macabra reproducción de los juicios estalinistas, los dirigentes del partido comunista iraní aparecieron en la televisión oficial abjurando de sus errores y proclamando las virtudes del islamismo, para ser de inmediato ejecutados.
¿Por qué, entonces, los socialistas persisten en esta senda manifiestamente suicida? ¿No les debería llevar su pretendido laicismo a ser especialmente severos en la crítica al integrismo y al islamismo, en su conjunto, donde la unión entre política y religión es completa? Una primera respuesta es que los socialistas han situado como su principal objetivo la demolición del cristianismo y, en el caso de los españoles, de la Iglesia católica. Se establece, de esa forma, una sintonía frente al enemigo común. No es el único. Los islamistas se presentan como la alternativa planetaria contra el capitalismo y las sociedades que son en algunos aspectos liberales, dispuestos a llenar el vacío dejado por el fracaso del socialismo real. Ahí se da otra comunidad de objetivos. Ambos, socialismo e islamismo, muestran dosis de resentimiento hacia Occidente y comparten el resquemor frente a la libertad personal. Son diferentes antítesis de Occidente.
Ese odio a Occidente como concreto de paralelismos muy alejados y, seguramente llamados a confrontarse, es muy visible en la alianza de Hugo Chávez y su socialismo del siglo XXI, con Mahmud Ahmadineyad y su integrismo chií. Para Ahmadineyad, por ejemplo, "Irán y Siria tienen la misión de crear un nuevo orden mundial basado en la justicia y en Alá". Es un fundamentalista en las antípodas de la reedición bananera y megalómana de los más groseros errores comunistas perpetrada por el golpista venezolano, pero ello no es óbice para que Venezuela aporte gran parte del uranio necesario para los planes armamentísticos nucleares de Irán, ni para que aparezcan, en cuantas ocasiones pueden, juntos en las fotos con un objetivo común: la destrucción de Occidente.
El socialismo occidental, sin embargo, ha abandonado sus objetivos pasados de ir hacia una sociedad sin clases, ya sea mediante la violencia por la dictadura del proletariado, o utilizando arteramente los formalismos democráticos, pero, en buena medida, ha mutado, sin abandonar sus fobias, con ropajes buenistas y formulaciones sentimentales, impregnando a la izquierda y condicionando a la derecha tanto europeas como norteamericanas.
Ese socialismo, o aún bajo las siglas tradicionales o disfrazado bajo esa moda nihilista y destructiva de lo políticamente correcto, norma de la beatería progresista, ha interiorizado la mentalidad de ungido y ha elegido a los musulmanes como uno de sus grupos mascota.
Los ungidos –estudiados por el economista estadounidense Thomas Sowell- tienden a considerar que los problemas son resolubles mediante la coerción estatal y parten de que toda desviación de la conducta humana individual se debe a un problema objetivo, con el que se puede acabar mediante la actuación política. Un tipo de mentalidad que suele caer en muy profundos errores de diagnóstico, del tipo de que el terrorismo islámico es fruto de la pobreza de las sociedades musulmanas –culpa, por supuesto, de Occidente- y que se terminará cuando se acabe con ella, a pesar de que no son infrecuentes los suicidas provenientes de familias adineradas y de que el móvil común de los terroristas es el fanatismo islámico.
La elección de los musulmanes como grupo mascota es caprichosa, aunque contenga las oscuras sintonías descritas anteriormente. Los defectos del grupo mascota se cubren con un espeso velo, en un gesto, voluntario y muy firme, de estricta irracionalidad. Aunque, por utilizar el argot, los musulmanes sean extremos en el machismo y en la homofobia, los ungidos nunca les afearán a los miembros de su grupo mascota pecados que les producen tan íntima y manifiesta repugnancia en cualesquiera otros. De hecho, los ungidos han inventado otro pecado nefando, la islamofobia, para la mejor protección de su grupo mascota.»
Nada que añadir a lo transcrito.
Sin embargo, ZP y los suyos son descaradamente favorecedores y defensores de un Islam cuya doctrina considera que la mujer es prácticamente una posesión del hombre, a la que se le puede incluso quitar la vida por un supuesto adulterio aún después de haber sido repudiada y divorciada o que la castiga por un embarazo causado por una violación.
Pues es eso estaba cuando llegó a mis manos el último libro del periodista Enrique de Diego, "Islam, visión crítica", donde justamente trata el tema y añade una nueva razón que aclara aún más la permanente campaña contra la Iglesia a la vez que destaca y describe las contradicciones mencionadas.
Les dejo con él, porque poco se puede añadir a tan lúcido texto que extraigo del citado libro.
«Muchas gentes se extrañan de la simpatía que los socialistas muestran hacia los musulmanes y hacia todo lo islámico. Mientras los socialistas de continuo perpetran ataques hacia la religión cristiana y las prácticas del cristianismo, exigiendo que sean reducidas al ámbito de lo privado, con la misma constancia promueven la expansión social del islamismo y fomentan, mediante donaciones de terrenos, la construcción de mezquitas o ceden locales públicos como sedes de asociaciones islamistas o están prontos a subvencionar cualquier manifestación islámica de apariencia cultural.
Esta curiosa sintonía fluye a pesar de evidentes contradicciones. Es notorio que los islamistas nunca corresponderán con cordialidad hacia quienes se proclaman agnósticos o ateos. Ni la más mínima piedad se establece para los tales en el texto canónico islámico. Los socialistas se muestran tan radicales en el feminismo –algún dirigente varón se ha definido como feminista- que han inventado lo que denominan ideología de género como uno de sus más constantes ejes de comunicación. Sin embargo, nadie como el islamismo proclama la inferioridad de la mujer respecto al varón, lo cual se manifiesta en costumbres como la venta de la novia, sin atender lo más mínimo a su libertad, o en el propio velo. De manera pasmosa, los socialistas no hacen la más mínima censura hacia esas vejaciones públicas. Mientras siempre tienen en la punta de la boca la acusación de machismo o combaten, hasta extremos delirantes, ese pecado genérico del sexismo, toda esta pasión desplegada se acaba en el rompeolas de las mezquitas, donde las mujeres han de ocupar lugares que ejemplifican su consideración ínfima.
No es la única extraña y patente contradicción de los socialistas, quienes llegan a pedir retribuciones compensatorias a los descendientes de los moriscos. Así, los socialistas han hecho del matrimonio homosexual uno de sus principales logros. Consideran como uno de los peores pecados laicos la homofobia, cualquier muestra de descrédito hacia quienes se sienten atraídos por el mismo sexo. Sin embargo, aunque, los homosexuales no son infrecuentes en las sociedades islámicas, la homosexualidad está penada en todas las naciones de mayoría islámica, y en varias con la muerte. Se producen habitualmente colgamientos de grúas de homosexuales en Irán. Ni la más mínima condena emiten los socialistas contra tales salvajes castigos. Es notorio que el llamado día del orgullo gay, tan generosamente subvencionado, no podría celebrarse en ninguna ciudad musulmana.
Estas toscas y abrumadoras contradicciones, exaltación del más absoluto absurdo, son sostenidas de manera tan constante como acrítica por los socialistas, a pesar de que cuando los islamistas han llegado al poder, por supuesto, una de sus primeras medidas ha sido liquidar físicamente a sus extraños mentores y aliados. Así sucedió en Irán. Socialistas y comunistas compartieron con Jomeini la lucha contra el Sha, pero cuando éste fue derrocado y declarada la república islámica, sus compañeros de viaje desparecieron de la escena. Como una macabra reproducción de los juicios estalinistas, los dirigentes del partido comunista iraní aparecieron en la televisión oficial abjurando de sus errores y proclamando las virtudes del islamismo, para ser de inmediato ejecutados.
¿Por qué, entonces, los socialistas persisten en esta senda manifiestamente suicida? ¿No les debería llevar su pretendido laicismo a ser especialmente severos en la crítica al integrismo y al islamismo, en su conjunto, donde la unión entre política y religión es completa? Una primera respuesta es que los socialistas han situado como su principal objetivo la demolición del cristianismo y, en el caso de los españoles, de la Iglesia católica. Se establece, de esa forma, una sintonía frente al enemigo común. No es el único. Los islamistas se presentan como la alternativa planetaria contra el capitalismo y las sociedades que son en algunos aspectos liberales, dispuestos a llenar el vacío dejado por el fracaso del socialismo real. Ahí se da otra comunidad de objetivos. Ambos, socialismo e islamismo, muestran dosis de resentimiento hacia Occidente y comparten el resquemor frente a la libertad personal. Son diferentes antítesis de Occidente.
Ese odio a Occidente como concreto de paralelismos muy alejados y, seguramente llamados a confrontarse, es muy visible en la alianza de Hugo Chávez y su socialismo del siglo XXI, con Mahmud Ahmadineyad y su integrismo chií. Para Ahmadineyad, por ejemplo, "Irán y Siria tienen la misión de crear un nuevo orden mundial basado en la justicia y en Alá". Es un fundamentalista en las antípodas de la reedición bananera y megalómana de los más groseros errores comunistas perpetrada por el golpista venezolano, pero ello no es óbice para que Venezuela aporte gran parte del uranio necesario para los planes armamentísticos nucleares de Irán, ni para que aparezcan, en cuantas ocasiones pueden, juntos en las fotos con un objetivo común: la destrucción de Occidente.
El socialismo occidental, sin embargo, ha abandonado sus objetivos pasados de ir hacia una sociedad sin clases, ya sea mediante la violencia por la dictadura del proletariado, o utilizando arteramente los formalismos democráticos, pero, en buena medida, ha mutado, sin abandonar sus fobias, con ropajes buenistas y formulaciones sentimentales, impregnando a la izquierda y condicionando a la derecha tanto europeas como norteamericanas.
Ese socialismo, o aún bajo las siglas tradicionales o disfrazado bajo esa moda nihilista y destructiva de lo políticamente correcto, norma de la beatería progresista, ha interiorizado la mentalidad de ungido y ha elegido a los musulmanes como uno de sus grupos mascota.
Los ungidos –estudiados por el economista estadounidense Thomas Sowell- tienden a considerar que los problemas son resolubles mediante la coerción estatal y parten de que toda desviación de la conducta humana individual se debe a un problema objetivo, con el que se puede acabar mediante la actuación política. Un tipo de mentalidad que suele caer en muy profundos errores de diagnóstico, del tipo de que el terrorismo islámico es fruto de la pobreza de las sociedades musulmanas –culpa, por supuesto, de Occidente- y que se terminará cuando se acabe con ella, a pesar de que no son infrecuentes los suicidas provenientes de familias adineradas y de que el móvil común de los terroristas es el fanatismo islámico.
La elección de los musulmanes como grupo mascota es caprichosa, aunque contenga las oscuras sintonías descritas anteriormente. Los defectos del grupo mascota se cubren con un espeso velo, en un gesto, voluntario y muy firme, de estricta irracionalidad. Aunque, por utilizar el argot, los musulmanes sean extremos en el machismo y en la homofobia, los ungidos nunca les afearán a los miembros de su grupo mascota pecados que les producen tan íntima y manifiesta repugnancia en cualesquiera otros. De hecho, los ungidos han inventado otro pecado nefando, la islamofobia, para la mejor protección de su grupo mascota.»
Nada que añadir a lo transcrito.