01 marzo 2010

ZP y Al-Andalus - II


Aunque sin mucho predicamento, existe un movimiento andaluz que reivindica la verdadera personalidad andaluza, es decir, musulmana. En este movimiento no sólo están los musulmanes de nacimiento o adopción sino muchos personajes de la izquierda más paleta y analfabeta, aún con títulos académicos. Hablan como si los musulmanes hubieran sido dueños de esta tierra desde siempre, como si ellos fueran los habitantes originarios y los españoles los hubieran echado, vendiéndonos como algo natural su derecho a retomar su país e implantar nuevamente su cultura.

Y el gran ZP, payaso por naturaleza, los apoya, subvenciona y ampara frente a la autentica idiosincrasia andaluza de raíces cristianas antes que musulmanas. Como en el caso vasco, se han inventado un Padre de la Patria Andaluza, el visionario Blas Infante que se convirtió públicamente al islamismo en 1924 y fijó como una de sus metas implantarlo en Andalucía. Todos ellos al grito de ¡Andalucía libre!! que no significa otra cosa que Andalucía libre de españoles y cristianos invasores.

Pero si hablamos de nuestro pasado musulmán y de la supuesta superioridad de la cultura islámica, no era precisamente refinamiento lo que llegaba a nuestras costas. Los invasores eran simples hordas de salvajes africanos, como los fanáticos fundamentalistas almohades, almorávides y benimerines, aunque la inmensa mayoría eran bereberes de las tribus norteafricanas. Los árabes –procedentes de Arabia y más cultos- eran una minoría insignificante.

Los almorávides procedían de la costa occidental de Africa -sur de Marruecos, Sahara y Mauritania. La actual población mauritana es la almorávide. Los almohades procedían de la cordillera del Atlas- Marruecos y Argelia.

Aquellos pueblos bereberes eran guerreros y no se distinguían precisamente por su arte, su ciencia o cualquier otra expresión de refinamiento y cultura -matemáticas, astronomía, medicina, etc.- la cual floreció en Hispania gracias al genio de la población nativa que, si bien se convirtieron al Islam por cuestiones de supervivencia (1), no dejaban de tener sangre hispana.

Estos grupos invasores no contribuyeron prácticamente nada a la cultura que se había desarrollado en el sur de España y de todos es sabido que la cultura bereber es irrelevante - lo era y lo sigue siendo - por lo que poco aportaron a la cultura española y europea, en contra de lo que más tarde proclamarían algunos. A pesar de lo que algunos admiradores dijesen en el futuro, el florecimiento de la cultura islámica en Andalucía se debió más a los nativos que a la aportación de los invasores. De todas formas, Hispania no era un erial artístico cuando llegó el Islam sino que disfrutaba de una cultura excepcional a determinados niveles de la sociedad .

El campesino continuó suministrando el mantenimiento de los dominadores. Estos, como hijos del desierto, aportaron esterilidad y desolación, y en todo caso eran demasiado orgullosos -e ignorantes de la cultura del agua y de la tierra, por carecer de ellas- para ocuparse de ese trabajo manual. Fue el agricultor hispano-romano quien, conocedor del arte del cultivo y del regadío, hizo prosperar la tierra.

Conviene recordar que los primeros invasores del año 711 encontraron un país floreciente que no cesaba de deslumbrarles. Y durante casi tres siglos, hasta que Córdoba comenzó a experimentar su apogeo, poco o nada aportaron en cuanto a obras públicas se refiere. La mayor parte de los grandes edificios de la ciudad de Córdoba existían con anterioridad a la llegada de los musulmanes: El puente romano, naturalmente, la puerta monumental o de la Estatua, el castillo que fue convertido en el Alcázar, la Catedral de San Vicente, que fue transformada en la Gran Mezquita.

Por cierto, que la Catedral o Mezquita de Córdoba no fue obra suya ni construida para el culto árabe o cristiano, ya que ambas religiones exigen espacios diáfanos para seguir al oficiante. En cuanto al arco de herradura, no es una aportación arábiga ya que existía en construcciones de España y Francia anteriores al Islam.

Los sistemas de acequias levantinos o los palacios de la Alhambra no los hicieron los moros: los hicimos nosotros cuando éramos moros. La sangre árabe que podía correr por las venas de un musulmán de Teruel en el siglo XII, por ejemplo, era como una gota de tinta en un barril de agua, ya que, si bien pasaron miles de guerreros desde África, muchos de ellos murieron y otros regresaron, pero no pasaron mujeres ya que eran expediciones de guerra y, por lo tanto, no pasó raza. Los invasores tomaron esposas entre las nativas y por ello, los hijos del guerrero compartían la mitad de su sangre. Sus nietos sólo una cuarta parte. Los nietos de sus nietos, un dieciseisavo y al momento de la Reconquista, siete siglos después de la primera invasión, a la mayoría de los musulmanes hispanos, de musulmán únicamente les quedaba el nombre y las costumbres, pero no la sangre.

De hecho, los estudiosos mantienen que el arte arábigo es una prolongación del ibero y del visigótico y que la mayor parte de la producción intelectual y artística de la zona musulmana debe ser atribuida sin lugar a dudas al elemento étnico local, de procedencia hispana cualquiera que fuera su religión, con la aportación de intelectuales sirios, egipcios, arábigos, etc. invitados.

La llamada cultura árabe en España fue definitivamente más española que árabe. El hecho de que los intelectuales escribieran en árabe no cambia nada. Los intelectuales españoles del siglo I, tales como Séneca, Lucano, Marcial, etc., escribieron en latín, pero eran más españoles que romanos. Adoptaron la lengua, las costumbres, las ideas de los romanos y las impregnaron con la savia de su españolismo. Lo mismo sucedió bajo la dominación musulmana.

Así pues, efectivamente hemos de sentirnos orgullosos de nuestro pasado andalusí, pero principalmente porque nunca dejamos de ser españoles, aunque profesáramos una religión distinta de la cristiana. Hoy hay muchos españoles en este mismo caso y ninguno reclama nada por el hecho de practicar otra religión.

Estamos acostumbrados a que normalmente se sobrestime la herencia árabe en la actual cultura andaluza, en detrimento de la romana. Y es que, por ejemplo, para los andalucistas profesionales es moro todo lo que reluce, como aseveró en brillante frase el poeta Alfonso Canales, para mantener todo lo contrario: que en nuestro profundo Sur hay muchos, más diversos y ricos legados que el de la cultura arábigo-andaluza. Para estos apologetas del andalucismo, todo es Mezquita, Alhambra y Giralda, y que le vayan dando a Baelo Claudia, a Itálica, a Columela y a los Balbo. Qué pena que Blas Infante no fuera aficionado a los romanos en vez de a los moros...

Sin embargo, hemos de afirmar con rotundidad que «No es moro todo lo que reluce». Tan no es moro todo lo que reluce, que en Andalucía es romano hasta el gato. Nuestros gatos andaluces son primos hermanos, rayados, atigrados, de los que pueblan el Coliseo de Roma y descendientes de los gatos que llevaban a bordo las naves romanas que tocaban puertos hispanos.

La presencia musulmana en Al Andalus (entendida como toda España) no pasó de dos siglos. Lo cristiano y romano de España fue muy anterior y, afortunadamente, muy posterior y siempre muy superior a lo islámico.

Fueron los romanos y no los árabes quienes dieron a los antiguos habitantes de Andalucía el alfabeto, el calendario y la lengua derivada del latín en un 80%; desarrollaron el comercio del aceite y el vino, además de la mayoría de los sistemas y herramientas de cultivo y regadío; nos legaron su canon estético, su moral, la religión cristiana, la mayoría de usos y costumbres de la vida diaria, la arquitectura −posteriormente fusionada con la árabe−, la vida en la calle y el gusto por los espectáculos (los toros tienen su origen en las uenationes romanas). La mayoría de las carreteras actuales sigue sus trazados de comunicación; fundaron la mayoría de las actuales ciudades; nos legaron e inculcaron el concepto de ciudad, de ciudadanía o nacionalidad, de estado, de jurisdicción, de política. Incluso la provincia romana de la Bética −de donde salieron figuras como Séneca y los emperadores Trajano y Adriano− coincide casi totalmente con los límites de la actual Andalucía. Por no hablar de los numerosos vestigios arqueológicos romanos repartidos por la geografía andaluza.

Todos estos elementos hacen del andaluz un pueblo latino y de su cultura una cultura latina, a pesar de poseer diversos elementos árabes. En Túnez y en Marruecos se encuentran restos de ciudades romanas mucho mejor conservadas que en España. Atraen turismo y nadie negaría a esos países la propiedad de ello, pero está claro que no forman parte de sus culturas

Ya es hora de desmontar tanta patraña y tanto cuento alrededor de la supuesta cultura árabe. Esa cultura la hicimos nosotros, los españoles, cuando éramos de religión musulmana.

Podemos manipular los hechos –la Historia− pero la verdad es la que es y no otra.



(1) El Islam no permitía cobrar impuestos a sus seguidores, por lo tanto, era el infiel quien debía pagarlos. El califa Omar lo expresó claramente en sus escritos: “Debemos vivir a costa de nuestros cristianos y nuestros descendientes a costa de los suyos, mientras el Islam exista”

Al principio, los impuestos eran un tanto llevaderos, pero pronto llegaron a ser casi insoportables. Había que dar de comer a miles de invasores gorrones. Esto originó muchas conversiones, sobre todo en las clases bajas para quienes era imposible sobrevivir en aquella situación, viéndose empujados a formar parte del pueblo y cultura musulmana para que su cosecha no les fuera arrebatada. De esta forma, la mitad de la población llegó a ser musulmana, aunque mayoritariamente de adopción, por conveniencia.

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