01 marzo 2010
ZP y la progresía
ZP y Botín, los nuevos descamisados.
Zapatero colabora con los capitalistas para que
sigan enriqueciéndose a pesar de la crisis.
Carta blanca a la banca para cobrarnos por todo
y a cambio, ellos les perdonan deudas.
¿Qué extraño proceso mental lleva a la progresía a creer que ellos son los buenos, los que están al lado de los pobres y quienes luchan por las libertades?. Han llegado a creerse que únicamente ellos trabajan para acabar con la pobreza en el mundo y que gracias a ellos existen democracias.
La izquierda siempre se ha considerado la defensora de los pobres y de los trabajadores, siempre se ha creído estar a la vanguardia de la lucha contra las injusticias y la explotación y desde luego para ella es incuestionable que son abanderados indiscutibles de la libertad.
Por el contrario, la derecha sólo busca la explotación de los trabajadores y la dictadura del más fuerte. Y como era lógico, cualquier cosa que haga la derecha carece de ética y está desacreditada de antemano. En eso los progres siguen siendo maestros ya que desde siempre han procurado la satanización de sus adversarios, incluida la Iglesia.
Los progres están convencidos de que todo les está permitido porque están llenos de buenas intenciones y dan por supuesto que los buenos sentimientos son patrimonio de la izquierda. La idea de que existe una naturaleza buena progre frente a la maldad humana de la derecha está muy arraigada en ellos. Nada más lejos de la realidad.
Puesto que el mal son los otros, los progres se conceden curiosas patentes de corso. Ni la superioridad intelectual de la izquierda, ni, por supuesto, su curiosa pretensión de superioridad moral son sostenibles. Todo lo contrario, nunca hubo un Gobierno progre que pueda exhibir éxito alguno en la lucha contra la pobreza o en la mejora real de las condiciones de los trabajadores y el balance de estos gobernantes al final de su mandato suele arrojar cifras deprimentes sobre el paro y las mejoras sociales. Los únicos beneficiados de su gestión han sido aquellos colectivos que podían ayudar a mantenerlos en el poder –artistas y titiriteros, homosexuales, lesbianas, abortistas, musulmanes, emigrantes ilegales, etc., etc., etc.- pero nunca el colectivo de trabajadores por excelencia, el ciudadano medio español, auténtica clase trabajadora que todo lo soporta con su estoicismo y su dinero. La pretendida superioridad moral de la izquierda se hunde cuando tienen la oportunidad de gobernar y en lugar de llevar a la práctica lo que llevan decenios predicando se dedican a negociar con el diablo –aunque sea con cualquier pobre diablo- para asegurarse el poder.
Esta otra izquierda, esa izquierda ilusoriamente moderada y aparentemente democrática que es capaz de llegar a los pactos más contradictorios con tal de acceder y conservar al poder, continúa mintiendo, manipulando y utilizando métodos dictatoriales y procedimientos copiados al nazismo.
La defensa de los más pobres y los intereses del pueblo, aquellos que justificaban la quema de iglesias, ya no importan, ahora lo que importa es permanecer en el poder a cualquier precio.
La izquierda siempre se ha considerado autorizada moralmente a saltarse las reglas dado el alto fin de su misión. Incluso las reglas dictadas por ellos mismos son para la estricta observancia de los demás y ellos no se consideran obligados a cumplirlas. Siempre han creído que encarnaban los intereses “del pueblo”, y ese hecho, para ellos indiscutible, los situaba por encima de cualesquiera reglas o formalidades.
La izquierda entiende que tal representación le ha dado derecho a promover disturbios, a calumniar, a organizar piquetes violentos y, en sus mejores momentos a sacar a la calle partidas de milicianos, a quemar las iglesias y los centros políticos enemigos, o incluso a asesinar. La represión de sus actividades, en cambio, la veían como un crimen inenarrable, como la prueba de la necesidad de liquidar por la fuerza a la “reacción”.
El “terrorismo de Estado”, una de las cantinelas de la izquierda, ha sido un funesto ejemplo en gobiernos socialistas como el de Felipe González, donde han sido condenados ministros y altos cargos por el caso GAL. Si esto lo hace la derecha habría obtenido la unánime condena junto con reproches y recordatorios de por vida.
Cuando los hechos vienen demostrando lo contrario, empecinarse en creerse superiores es propio de individuos sectariamente adoctrinados y por ello ciegos a cualquier realidad que desmienta todo aquello que tan arraigado tienen.
Está claro que los progres juegan a la doble moral. Por ejemplo, con el tema de las drogas, es políticamente incorrecto y mal visto que se consuman drogas “duras” pero es correcto y hasta moderno y progresista consumir las blandas (hachís y sucedáneos) e incluso que un menor lleve colgada al cuello una hoja de marihuana o use una camiseta haciendo apología. Nada más propio.
Con las ideas pasa lo mismo. Hoy en día, en España parece ser políticamente correcto ser de izquierdas y de todos sus pelajes y simbologías. Todo lo relacionado con la izquierda, símbolos anarquistas, banderas de todo tipo, consignas, etc. parece tan políticamente correcto que las camisetas del Che Guevara y demás asesinos y santones se pueden encontrar en cualquier tienda o tenderete.
Pero ¿Qué pasa con la simbología de derechas? Políticamente incorrecta. La bandera de España sirve de mofa. Hasta los Reyes Católicos eran unos genocidas explotadores. Los personajes de derechas son denostados y las calles son renombradas para sustituir sus nombres por otros de izquierda, etc. Eso es lo que llaman apertura y tolerancia. La no discriminación por cuestión de credo.
En esto, como en todo, si lo hace la derecha, es partidismo, seguidismo o autoritarismo de la peor especie, mientras que si lo hace la izquierda son cuestiones que tienen que ver con esa libertad necesaria para que España avance.
¿Eso es respeto a las ideas de los demás? Esa es su pluralidad.
Una y otra vez nos dejan ver que una de las características de la izquierda es su hipocresía Ya resulta habitual comprobar como predican y prometen respetar la voluntad popular para a continuación ignorarla legislando a golpe de decreto en contra de lo que expresamente les ha manifestado el pueblo.
En el caso de los progres, el error siempre va acompañado del dogmatismo. Para ellos, la verdad no es tal hasta que ellos la descubren. No importa que hayan mantenido durante años determinada postura, por ejemplo en el tema de la energía nuclear, si cualquier día descubren que la postura contraria es lo que les interesa coyunturalmente. A partir de ese momento se apropian de la idea contraria y utilizan a su favor los mismos argumentos que siempre han combatido.
Que están al lado de los pobres ya lo hemos visto, pero al lado de los pobres que puedan darles votos, los otros siguen persiguiendo un techo. Que luchan por las libertades lo hemos estado viendo, pero no eran las libertades que decían, las libertades que defienden son únicamente las que les permiten hacer lo que les da la gana porque las libertades individuales, las auténticas, las recortan cuando afectan a sus intereses.
¿Cómo pueden insistir una y otra vez en que ellos son los que luchan por la libertad, cuando todo el mundo ha podido ver desde mucho antes del muro de Berlín que los gobernantes socialistas han venido persiguiendo y fusilando a quienes querían escapar de sus paraísos y que en estos países nunca existió libertad para nada? Hipocresía, cinismo y desvergüenza colectivas.
El progre, de hecho, se caracteriza por no distinguir la verdad de la mentira. Por la sencilla razón de que cree estar siempre en la verdad y porque sus innatas e incuestionables buenas intenciones le permiten saltarse a la torera ciertos límites morales que el resto de los mortales se considera en la obligación de respetar. Puesto que el mal son los otros, el fin siempre justifica los medios.
Y los medios son el engaño, la manipulación, el sectarismo y el cinismo. Esta es la única progresía que históricamente hemos conocido. Lo demás, como siempre, era mentira.